Entre luces y sombras. 2005

Es éste un libro para aprender a ilusionarse. Y, para quien ya sabe ilusionarse, es un estimulante consejero y maestro que le enseña a no desilusionarse. En cada una de sus hojas -otoñales hojas- el autor desnuda la nostalgia y la melancolía para vestirlas con suntuosos ropajes de ilusión, fantasía, gratitud por la vida, alegría y anhelo de vivir, todo complementado con los zapatos y el sombrero del buen humor.
Forman su columna vertebral selectos relatos de amena, fluida y sencilla redacción, intrigantes y cautivadores cual novelas, dignos de aparecer en las columnas literarias de los mejores periódicos. Son veintinueve aleccionadores capítulos, como los días del febrero henchido de romanticismo, valentiniano mes de los enamorados, veintinueve perlas del collar de la ilusión, veintinueve colores de la paleta con que pintores celestiales componen día a día el variopinto cuadro de la existencia humana, no importa si real o idealizada, enmarcado en oro, plata, azul, rosa, blanco o negro, según las circunstancias en las que el vivir cotidiano de cada cual se desenvuelve. El autor, Ricardo Tomillo, que ha cabalgado largo y tendido sobre la equina montura de la vida, recorriendo a sus lomos casi medio mundo, no es hombre de ordenadores ni de sofisticados mecanismos de escritura. Como nuestros añorados literatos de otros tiempos, escribe a mano, a pluma, a bolígrafo; a lo sumo se sienta a tocar el piano de su vieja tipiadora Olivetti, de la que, con ilusión de niño e inspiración beethoviana, arranca hermosas melodías en prosa y en verso, canciones con letra de tardes de lluvia mojadas de otoño. Monstruo devorador de páginas, ávido de ensueños de ayer, garabatea los latidos de su fértil imaginación bajo un cielo que llora cual bebé en la cuna de claroscuros algodones empapados de morriña. Bien lo expresa, filosóficamente, en uno de sus polifacéticos relatos. "Mañana será domingo – ¡qué ilusión! - y a lo mejor estará nubladoy hasta puede que llueva -¡qué ilusión! - y tendré tiempo de leer, de escribir... "
Felizmente nos invita el querido autor a detenernos en la contemplación de las cosas bellas de la vida. ¿Que no hay cosas bellas? Pues... ¡a imaginarlas! "Párate, señala metafóricamente, y mira qué bella es cada flor que encuentres en el camino; y, si no la encuentras, invéntala...". También nos ayuda a estimular la ilusión con pequeños premios que a la par remuneran los pequeños logros conseguidos, sin desprendernos del gabán de la esperanza ni de las recias botas con las que, sin prisa y con firmeza, recorremos el camino de la superación. Así, redacta con donaire: "Me he pasado por la tienda de veinte duros y... ¡qué ilusión regalarme diez cosillas de cien pesetas!". Conmovedor es el relato que, sobre los lobos, nos ofrece en el capítulo "Pasos callados en la niebla", a través de cuyos bien trazados renglones nos insta a mirar el desesperado entorno lobuno con los ojos de estos nobles aspirantes a figurar entre los mejores amigos del hombre. Emotivo es asimismo el tema que titula "emigrantes".
De igual manera destaca por su elocuente realismo la descripción que sobre Lisboa desarrolla en el capítulo correspondiente. Tal parece que estuviéramos inmersos en el palpitante corazón de la bella ciudad atlántica. Y no menos enternecedor es el relato que titula "El cubo de plástico rojo", rojo como el cálido color de la ilusión y como las llamas del querer de los enamorados, en cuyo erubescente interior chapotea el ingenuo pececillo que abuelo y nieto han pescado juntos en la orilla del viejo puerto. Cuando el niño sea mayor, "otros abuelos traerán de la mano a otros nietos con un cubo de plástico rojo lleno de vida y de esperanza". 
Y, exaltando las virtudes de su añorado y lejano Turón, que le encendió la luz de la vida, evoca su indeleble recuerdo desde el Torremolinos Que le prendió la tea del amor. Fiel a la memoria del perdido paraíso de la niñez, la pluma de su nostalgia le transporta a su natal rincón asturiano: "Pertenecemos a nuestro pueblo más de lo que creemos".
Por las vías de la prosa de Ricardo Tomillo circula todo un romántico tren abarrotado de alegres presentes, sí, pero envueltos en el frágil celofán de una velada melancolía, amalgama de contrastes tan real como la vida misma. Y, si con fundada tristeza y resignación recalca el autor que "el tiempo... es un asesino invisible que nos persigue por los calendarios y que al final nos mata a todos irremisiblemente", por su vertiente optimista y esperanzadora se aferra a la vida como el náufrago a su tabla de salvación y escribe: "Para mí el año no ha terminado; quiero meses extraordinarios, días de regalo para continuar con tantas cosas pendientes".
La presente obra de Ricardo Tomillo es una opulenta cesta colmada de selectas naranjas agridulces. Sírvase el lector exprimirlas vigorosamente en el vaso de las emociones y edulcorarlas con el azúcar de la fantasía y podrá degustar, con genuino placer, el delicioso y vitamínico néctar de la ilusión. 

Jesús-Antonio San Martín, Cronista y redactor gráfico.

Clickear para ir a Pág. 1 , ir a Pág. 2, ir a Pág. 3 , ir a Pág. 4 , ir a Pág. 5 , ir a Pág. 6, ir a Pág. 7, ir a Pág. 8 ir a Pág. 9