El placer de escribir
De repente descubrí que, sin saberlo yo, se había establecido una dulce complicidad con alguien que no conocía. Era una muchacha de apenas treinta años, que se había enterado por una revista, que me leía, y deseaba hablar conmigo, conocerme...Estaba allí, sentada junto a mí, preguntándome por qué escribo, qué es lo que me impulsa a escribir. En un primer momento, respondo: se escribe para que nos lean. Existe un vínculo sólido y entrañable entre la palabra del escritor y la lectura del lector. Un puente invisible de contacto entre ambos que nos acerca de un modo extraño y maravilloso. A veces me pregunto si no es el sentimiento de infelicidad, la difícil o imposible relación entre los seres humanos, la escasamente soportable aceptación del imperturbable paso del tiempo, u otras historias envueltas en ilusiones y sueños las que nos dan aliento para escribir (porque el sentimiento,indefectiblemente, deja huellas en la memoria). En cualquier caso, qué duda cabe, los escritores nos convertimos en seres privilegiados: poseemos las palabras y nos hacemos dueños del mundo mediante la expresión. A través de ella gozas con la venganza, la sublimación, la memoria creadora, la posibilidad de volver a vivir de nuevo, y de una forma diferente, gracias a la imaginación, a la fantasía: el más grande de los privilegios. Escribir es una forma de terapia y a veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, pintan o componen para escapar de la locura o de la melancolía.
Dejando aparte la realidad de que hay gente capaz de hacer de su propia vida una gran obra creativa, he llegado al convencimiento de que escribir, al menos para mí, es una necesidad, una terapia, una defensa, una posibilidad de supervivencia, un regalo contra la mediocridad. De cualquier manera no deja de ser un placer.